America Latina (junio-julio 2004)
GUATEMALA

La violencia es como un virus

En noviembre del año pasado el exdictador Efraín Ríos Montt no logró la reelección como presidente de Guatemala. Pero ésta es la única noticia buena que llega de ese país centroamericano. Bajo los vistosos colores de los guatemaltecos se esconden pobreza, desocupación, violencia. La guerra civil que duró 36 años ha terminado oficialmente, pero las heridas no cicatrizan y los acuerdos de 1996 se han quedado en papel mojado.

por Paolo Moiola

"Le cortaron la lengua, le habían vendado los ojos con esparadrapo, tenía agujeros por todas partes (…) estaba irreconocible; sólo porque viví muchos años con él y le conocía algunas cicatrices supe que era mi marido” (caso 3031 del libro “Nunca Más”).
Hay dos fechas especiales en la historia reciente de Guatemala: diciembre de 1996 y abril de 1998. La primera marca el final de una guerra civil que duró 36 años; la segunda la muerte de una persona que había investigado las atrocidades de esos años denunciando a los responsables.
Juan José Gerardi Conedera, obispo auxiliar de Guatemala, era coordinador general de la oficina de derechos humanos del arzobispado de Guatemala (Odhag).
Fue asesinado el 26 de abril de 1998, veinticuatro horas después de haber divulgado en la catedral de Guatemala el documento “Guatemala nunca más”, resultado final del proyecto interdiocesano Recuperación de la memoria histórica.
Había dicho: “cuando se trata de temas económicos y políticos, mucha gente reacciona diciendo: ¿por qué la Iglesia se interesa por esas cosas? Quisieran que nos dedicáramos únicamente a los sacramentos. Pero la Iglesia tiene una misión que cumplir en el ordenamiento de la sociedad, que compromete los valores éticos, morales y evangélicos”.
Valía la pena gastar tres años de trabajo recopilando miles de entrevistas personales y colectivas en quince lenguas autóctonas. Las aclaraciones históricas son, escribía en una carta pastoral, para que el pasado no se repita. Mientras no se sepa la verdad, las heridas del pasado quedarán abiertas sin poder cicatrizarse.
El objetivo del informe “Nunca Más” era doble: conservar la memoria histórica a través de la constatación de los hechos e intentar reconstruir el tejido social, desintegrado en 36 años de barbarie.
“Conocer la verdad hace sufrir, pero es sin duda, altamente saludable y liberador”, concluía mons. Gerardi aquel 26 de abril en la catedral.

Los orígenes del conflicto
Los sugiere mons. Próspero Penados Del Barrio cuando dice: “Si pensamos en las condiciones en que vivía un altísimo porcentaje de la población marginada, por no poder satisfacer sus más elementales necesidades; si reflexionamos en la anarquía en que vivía nuestro país… podemos pensar que la guerra era algo que no se podía parar. El deseo de cambiar para crear una sociedad más justa y la imposibilidad de lograrlo hizo que muchos, sin tener una posición política comprometida, se convencieron y se vieron obligados a apoyar un movimiento que parecía el único posible: la lucha armada”.
¿Quién ganó la guerra? se pregunta mons. Del Barrio. “Todos perdimos. No creo que nadie tenga el cinismo de montarse en el carro de la victoria con millares de muertos”.
En los 36 años de guerra las víctimas confirmadas fueron al menos 200.000, sin contar las indirectas: niños huérfanos, viudas, personas marcadas para siempre por la violencia, aldeas destruidas, comunidades desintegradas.

Efraín Ríos Montt, el “ungido del Señor”
El compromiso de la Iglesia católica guatemalteca en la búsqueda de la paz, encontró precisamente su contrapeso en el modus operandi del general Ríos Montt que hizo de la religión su instrumento de dominación predilecto, proclamándose el “ungido del Señor”.
En 1978 abandonó la fe católica y se adhirió a la “iglesia del verbo”, una secta evangélica pentecostal en la que llegó a ser pastor. En los 17 meses de su dictadura ocurrieron las más grandes y sanguinarias masacres que recuerda el país, 192 sólo en 1982, por poner un ejemplo.
Sus discursos estaban saturados de citas bíblicas. Para el “General-Pastor”, a veces el buen cristiano debe saber defenderse con la Biblia y la ametralladora. Sus alocuciones fanáticas mezclaban hábilmente citas bíblicas y mensajes que inducían al sentimiento de culpa.
Se lee en el documento “Nunca Más”: “Hacer sentir culpables y responsables de lo que pasaba a las víctimas y a los sobrevivientes era un elemento esencial de la estrategia contrainsurgente”.
Para lograrlo el ejército utilizó varios mecanismos, los más importantes: la propaganda y la guerra psicológica, la militarización, las presiones –por todos los medios- para obtener la máxima obediencia, sirviéndose especialmente de las patrullas de autodefensa civil y de las sectas religiosas. El miedo de profesar la religión católica, que el ejército consideraba una doctrina subversiva, fue el motivo más frecuente para bloquear las prácticas religiosas en el área rural. Las manifestaciones religiosas, tanto de la religiosidad Maya como las católicas, tuvieron que cambiar forzosamente por la pérdida de las capillas y los lugares sagrados. La penetración creciente de las sectas evangélicas, que comenzaban a difundirse, llenó el vacío religioso dejado por la represión y fue favorecida por el ejército como una forma de control de la población.
Las sectas difundieron su interpretación de la violencia, culpando a las víctimas y promoviendo una reestructuración de la vida religiosa de las comunidades basada en la división en pequeños grupos, en mensajes de legitimación del poder del ejército y de salvación individual, con ceremonias que favorecían el desahogo emotivo de las masas. La violencia se volvió así en el más potente impulsor de las sectas evangélicas, con gran difusión en buena parte del país.
El General-Pastor Efraín Ríos Montt, a pesar de la grave responsabilidad en la guerra civil, logró mantener su imagen de verdadero hombre fuerte del país hasta las elecciones presidenciales de 2003. Y no está dicho que esa derrota electoral lo haya sacado del escenario político.

La violencia como estilo de vida
En estos tiempos de guerra global y continua suenan dramáticamente actuales las palabras de Edgar Gutiérrez, responsable del proyecto “Recuperación de la memoria histórica”: “La violencia es como un virus. Penetra en todo el cuerpo y se propaga en forma endémica. Cuando se hace endémica se vuelve irracionalidad pura”.
Y parece que es también la apreciación de más de uno. “El ejercito – escribe Dante Liano - no sólo ganó la guerra con las armas, sino que creó un estilo de vida entre la gente. La mentalidad dominante es la violencia y en todas partes reina la vulgaridad de los cuarteles, en un país que era famoso por la cortesía y amabilidad de sus gentes. Casi todos van armados y el que no lo está se rodea de guardaespaldas. Hay hombres armados en las entradas de los bancos, los almacenes, los centros comerciales, los estacionamientos y las entradas de las zonas más ricas de la capital (…) Quizás después de una guerra de 36 años en la que hubo masacres inauditas la consecuencia natural sea: una sociedad dominada por una mentalidad violenta y prepotente. El problema es que hoy, después de siete años y medio de los acuerdos de paz, en Guatemala no han cambiado absolutamente las situaciones que originaron el conflicto: pobreza extrema, marginación, hambre, desempleo, concentración de tierras en pocas manos”.

(Antena misionera/ Madrid - Publicado en Junio - Julio 2004)


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