America Latina (noviembre 19, 1998)
NA, núm. 43, noviembre 19, 1998


Ejemplo de solidaridad

Extraordinaria por su duración, participación y originalidad, la huelga de hambre de los maestros argentinos no tiene precedentes en el país.

LA CONTAMINACIÓN atmosférica ha transformado el color blanco de la carpa en un gris sucio, pero poco importa. Para todos es la “carpa blanca” de los maestros en huelga.
La gran tienda plantada en la “Plaza de los Congresos”, delante mismo del palacio del Congreso, en Buenos Aires, alberga desde abril de 1997 a los grupos de docentes que se alternan en la huelga de hambre.
Dentro de la carpa hay mucho movimiento. Los huelguistas se reconocen inmediatamente por llevar una camiseta blanca, y una tarjeta advierte que son maestros en huelga de hambre.
“No recibimos ningún tipo de alimento. Sólo tomamos líquidos”, dice Margarita Aqueveque, quien enseña contabilidad en una escuela secundaria de Río Negro.
Aqueveque muestra una hoja prendida de un panel. Allí se indica con precisión las bebidas que se consumen: cada media hora, a partir de las 7:30 a.m., un líquido distinto (té, mate, refresco, etc.).
“Esta tienda es un ejemplo de paz, de lucha, de solidaridad. Aquí convivimos con gente que no conocemos, proveniente de otras provincias. Hay gente que viene de muy lejos, dejando a la familia por casi 20 días. Los argentinos no quieren más violencia. Por eso una manifestación pacífica como la nuestra tiene el apoyo de la sociedad”, explica César Olivares, preceptor en Moreno, provincia de Buenos Aires.
En estos largos meses, han pasado por la carpa más de 600 ayunantes, que se alternan cada 15 a 20 días. Maestros, preceptores, profesores, directores: docentes de toda clase (con exclusión de los profesores universitarios) y de todas las provincias argentinas contribuyen en persona con esta medida de lucha.
“Nuestro salario es tan bajo que da vergüenza decirlo”, confiesa Olivares. La retribución promedio para un educador es de 350 pesos mensuales (US$350). Para comprender la exigüidad de la suma, bastan dos datos: un ingreso de 300 pesos es considerado un salario de hambre o de pura sobrevivencia: por otra parte, según institutos de investigación argentinos, una familia con dos hijos debe contar al menos con 1,030 pesos al mes para cubrir sus necesidades básicas.
“Todos sabemos”, dijo el diputado Andrés Delich, “que los problemas educativos no se agotan en los bajos salarios de los docentes. Sin embargo, al mismo tiempo, sabemos que sin salarios dignos resulta imposible cualquier proyecto serio de mejoramiento de la escuela argentina”.
Pero no todos están de acuerdo. Ya en julio, Roque Fernández, ministro de Economía, había dicho: “es verdad que los maestros ganan poco, pero también es verdad que trabajan poco”.
Los objetivos de la larguísima batalla no se limitan a demandas de aumentos salariales (para todos los niveles y en todo el país, desde La Quiaca a Tierra del Fuego), sino que llegan a una revisión integral del sistema educativo de Argentina.
Los docentes piden la creación de un “fondo de financiamiento educativo” y una nueva ley de “educación pública nacional”; rechazan, además, todos los proyectos gubernamentales que prevén la introducción de la flexibilidad laboral y la supresión de la cobertura de salud pública el magisterio.
“En la carpa, en las calles, en las escuelas, seguimos luchando por una Argentina justa para todos. No queremos un maquillaje, queremos cambios profundos”, remarca Marta Maffei, secretaria general de la Confederación de Trabajadores de la Educación de la República Argentina (CTERA), que representa a 192,000 docentes.
“En la ‘Carpa de la Dignidad’, con la fuerza, la convicción y la serena firmeza de los maestros hemos dicho no a la violencia institucional, a la resignación, al aislamiento. Hemos mostrado un sindicalismo diferente que usa instrumentos distintos. Es hermoso poder contar con la solidaridad de la gente para combatir contra este fundamentalismo neoliberal, global y salvaje”, continúa Maffei, recién reconfirmada en la dirección del CTERA.
Pero esa solidaridad parece causar mucho fastidio al presidente Carlos Menem y a los políticos de la mayoría.
Cuando, el pasado setiembre, se habló de instalar otra carpa delante de la Casa Rosada, el palacio presidencial en Plaza de Mayo, el ministro del Interior, Carlos Corach intervino para prohibir la iniciativa.
El ministro justificó la prohibición afirmando que Plaza de Mayo es un “monumento histórico nacional” y que, por tanto, no puede ser objeto de manifestaciones.
El gobierno siempre ha sostenido que no hay dinero para financiar los reclamos de los docentes.
Para desbloquear la situación, en setiembre la Cámara de Diputados aprobó el proyecto gubernamental de crear un impuesto de emergencia de 1% anual sobre el valor de los automóviles: el dinero obtenido de este modo (US$700 millones, según estimación oficial) habría podido financiar el aumento de salarios de los docentes.
Pero el proyecto fue modificado por el Senado y, con ello, volvió a Diputados, donde está actualmente detenido.
Que el presupuesto estatal es limitado corresponde a la verdad. No obstante, en estos años de política neoliberal, la situación social ha degenerado.
Según datos oficiales, hoy en Argentina más de 1.3 millones de familias viven en condiciones críticas; el número de pobres llega a 9 millones de personas, cerca del 25% de la población argentina.
Así las cosas, la “Carpa Blanca” de los docentes argentinos se alza como símbolo de la lucha de todos los trabajadores contra una concepción económica que no respeta la dignidad de las personas.
Desde Buenos Aires, Paolo Moiola.


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