America Latina ()

PERU' / Un caso
"Me metían la pistola en la boca"

Capturado mientras hacía la compra, torturado, condenado a 20 años por jueces "sin rostro". La pesadilla de Jorge Alvaro Carhuachin, de profesión campesino, ha durado seisaños. Durante la larga detención, su familia se ha desintegrado: la mujer se ha ido con otro hombre, los hijos lo creen desaparecido.

Sus ojos miran hacia abajo, su mirada es triste y con sólo 36 años, parece que tuviera muchos más. Las torturas y las largas detenciones lo han marcado de manera indeleble física y psicológicamente. Jorge está señalado como terrorista. Para siempre. Y poco importa si es inocente. "He estado detenido durante casi seis años. En San Martín, en la Selva. Después en Juanjui, Chiclayo, Lima (en la cárcel de Castro-Castro) y por último en Cajamarca. Respecto a las torturas y al trato reservado a los acusados, este es un país muy drástico. Me torturaron porque me consideraban un colaborador de Sendero, uno de esos pintan las paredes son eslóganes revolucionarios, distribuyen octavillas, etc. Pero yo jamás he tenido ningún vínculo con ellos: no tenía nada que ver con el terrorismo.

Me capturaron en Perlamayo, provincia de Juanjui, Mientras hacía gastos para trabajar en los campos. En esa zona casi todos se dedican al comercio de coca. Yo tenía un campo, con plátanos, yuca, arroz. Me dijeron que había tres personas que me habían acusado de pertenecer a Sendero. Me preguntaron entonces si conocía a fulano de tal. Dije que lo conocía. Era un terrorista, pero yo no lo sabía. No tenía nada que ver son sus actividades.

Torturas

Me llevaron a la base militar y comenzaron a pincharme con una "cuerda de toro". Era 1992. Me preguntaron si sabía donde estaban las armas, por qué había prestado una moto sin saber para qué la iban a utilizar… Continuaban golpeándome, porque no respondía a sus acusaciones. Me metían el cañón del fusil en la boca y exigían que contestase. "No dices la verdad. Vosotros los terroristas no la decís nunca. Preferís morir con vuestras convicciones".

Me habían informado de todo aquello que podría suceder. Prefería que me matasen antes que continuar siendo torturado. Mi cara estaba desfigurada. Me habían arrojado por tierra y me dieron patadas. Tenía dos costillas rotas por los golpes. Me dieron descargas eléctricas. Me metieron en el agua, pero visto que no respondía me colgaron de un puente de decenas de metros de alto. Durante mucho tiempo he tenido en el cuerpo las señales dejadas por la cuerda. Estaba semi-inconsciente, pero oía lo que decían. Pero Dios fue más fuerte: siempre he creído en su poder. Siempre ha estado conmigo. le pedía que me ayudara a soportar los dolores y las humillaciones. Me dejaron ahí sobre el puente, para que otros me tiraran.

Una hora después llegaron y vieron que aún me movía. Dijeron al jefe que todavía estaba vivo. Me llevaron con ellos y me dejaron allí. Trataron de hacerme comer, pero durante cuatro no lo logré, porque no podía mover la boca. Apestaba, porque me había hecho encima mis necesidades. El quinto día comí unas sopitas de pan. Todo mi cuerpo era una herida. me hicieron tomar una baño. Llegó la policía para llevarme a juicio. Me pidieron que colaborara con ellos y declarara que estaba herido porque me había caído en un momento de embriaguez.

Nos dieron un abogado de oficio para los cuatro. No aceptamos porque considerábamos que un abogado del Estado no podía defendernos. Por tanto, no tuve un abogado. La primera audiencia fue después de un año, la segunda después de otro año. La condena fue a veinte años por un tribunal "sin rostro". No creía que fuese una condena para mí. No había ninguna prueba, dije al magistrado. Cuando me di cuenta de que había sido condenado a veinte años (como sucede a la mayoría de los acusados), comencé a no dormir ni comer. Pero saqué fuerzas y no me quedé de brazos cruzados: empecé a escribir aquí y allá para pedir ayuda. A la Iglesia, al Instituto Defensa Legal (IDL) y a otras asociaciones de Derechos Humanos".

Condenar a un inocente

"Cuando mi mujer supo de mi condena a 20 años, se buscó otro hombre. Perdí mi casa, mi familia. Cuando me capturaron tenía 30 años. Ahora tengo 36 y estoy sin trabajo, también porque mi salud no está bien. Me han operado los ojos, con ayuda del IDL. Mis tres hijos no sabían a nada de mi arresto, porque su madre les había dicho que no sabía donde estaba. Ahora están con una tía. Espero que puedan dar algo bueno a la sociedad.

Otro problema es que no tengo documentos. Poseo solamente una tarjeta provisional. Si busco un trabajo, no me lo dan porque no tengo documentos. Si pido una carta de la policía, no me la dan porque he sido acusado de terrorismo. El IDL está trabajando por la anulación de la acusación.

En la cárcel estaba a mi aire. Hacía trabajos artesanales de madera y paja, tallaba hueso. En Chiclayo estaba aislado en una celda ¡de 1,80 metros por 2,30! Donde las celdas son para dos, meten a tres. En seis años de prisión vino a verme sólo mi madre, tres o cuatro veces. Solamente al final tuve visitas del grupo de IDL, cuando supieron que había sido injustamente detenido.

Todavía quedan muchos

Hoy ya no tengo nada: ni familia, ni casa, ni trabajo. Estoy en casa de un tío.

Me han quitado seis años de vida. Me han arruinado para siempre psicológica y emocionalmente por el distanciamiento con mis hijos.

Pido poder recuperar la confianza en la sociedad y vivir tranquilamente. Sin embargo me siento continuamente humillado, porque la gente me da con la puerta en las narices: ya estoy marcado para siempre como terrorista.

Pero tarde o temprano el Señor condenará a quienes nos han castigado injustamente. Dios no olvida. Mientras tanto, hablad vosotros de este país y de los derechos humanos, porque en las cárceles de Perú hay todavía muchas personas injustamente detenidas. Son personas abandonadas, porque los familiares tienen miedo de que, si los van a visitar, puedan ser acusados de complicidad".
Paolo Moiola

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